viernes, 24 de junio de 2016

Reflexiones de una vegana viviendo al lado de un matadero




Los que escucharon alguna vez a un cerdo muriendo saben lo terrible que es y lo difícil que es describirlo. Ahora multipliquen ese sonido por 200. Sonaba como la más espantosa agonía. No creo en el infierno, pero si existiera estoy segura de que se escucharía de esa forma. Era imposible hacer oídos sordos a eso.

Al escuchar esos gritos te pasa una reacción física, una urgencia de salir corriendo a ayudar a quien sea que esté sufriendo tanto. Urgencia de hacer algo, lo que sea pero ALGO. Pero ese primer impulso hay que reprimirlo, porque en seguida uno entiende que esa es una maquinaría gigante, y cualquier idea para que esos animales dejen de sufrir es ridícula.
Todos los días después del concierto del infierno, venían los olores. Un olor a mierda de animales y otra cosa indefinible que solo puedo imaginar como una mezcla de sangre y mugre, y en mi imaginación probablemente miedo también, que seguro el miedo huele fuerte.

No podía creer que hubiera gente tan indiferente viviendo ahí, escuchando esos ruidos día tras día, sin hacer nada. Sin ni siquiera reflexionar sobre la cadena de eventos que llevan a que existan esos lugares. Comiendo jamón, sin hacer la conexión, como si nada. Es impresionante como los humanos podemos acostumbrarnos a cualquier cosa. A lo que fuere. Nunca terminé de acostumbrarme al sonido (de hecho hasta el día de hoy si escucho un sonido muy agudo lo asocio al matadero) pero creo que si me hubiera quedado el tiempo suficiente, yo también hubiera dejado de escuchar esos ruidos.

Eventualmente pude entender como la gente hace vida normal al lado de esa atrocidad. Y eso me hizo cuestionarme bastante cosas.

Empecé a reflexionar sobre porque no hacemos nada por cambiar realidades horrendas. Pensé que una posibilidad era por simple desconocimiento, y otra, por considerar a esa realidad como un monstruo tan gigante que es imposible de derrotar, entonces solo queda normalizarlo, convencerse de que el monstruo no es tan malo, al punto de estar en su equipo, de llegar a defenderlo. En este caso, están los que siguen consumiendo cerdos y por lo tanto apoyan todo este sistema del horror, porque simplemente nunca vieron la verdadera cara de la industria (y cuando vean la sangre, las miradas de desesperación, los gritos de ayuda, cuando huelan a que huele todo eso estoy seguro van a dejar de apoyarla).
Y están los otros, que viendo al monstruo a los ojos, viendo toda esa bola de horror, escuchando los gritos de extremo dolor y agonía, prefieren creer que las cosas son así porque siempre lo fueron y si siempre lo fueron es porque así deben ser. Prefieren creer que los cerdos nacieron para ser jamón, y que la carne es buena, y que las proteínas, y que la familia, y que dios, y que el trabajo, y que las costumbres.

 ¿Y saben que? Los entiendo. Entiendo porque alguien se haría amigo del gigante en vez de intentar derrotarlo. Porqué la gente pone mil excusas para justificar los comportamientos más aberrantes. Lo entiendo porque se lo difícil que puede ser intentar derrotar a esos monstruos. Para derrotarlos primero hay que asumir que el monstruo está ahi, mirarlo a los ojos. Mirarlo de verdad.
Hay que aceptar parte de la responsabilidad, y hay que morirse un poco junto con todos esos cerdos que mueren colgados desangrándose, hay que verse las manos y ver que están manchadas de sangre, descubrir que en parte el monstruo somos nosotros. Y no es fácil. Es más fácil burlarse, o no buscar información, o justificar con la religión o con la historia o con quien sabe que antes de sentir en carne propia aunque sea un poquito lo que les hacemos a los otros. Los entiendo y por eso ya no me enoja la burla, porque se que la burla es una protección para no pensar o sentir algunas cosas, como también lo es la ignorancia, o la agresividad.

Gran parte de crecer (como personas y como sociedad) es asumir cuando hacemos algo que no está bien. Se trata de mirar ese monstruo a los ojos, dejar de hacer como que no existe, dejar de justificarlo. Aceptar mi responsabilidad en todo esto, y cambiar. Y cuando cambio yo, cambia mi familia y cambia el barrio y cambia el país y cambia el continente y cambiamos todos. Y ya es hora de ir cambiando.


Para terminar un par de cosas: quiero contarles, que se ve que la ironía no fue lo suficientemente grande en esto de que un par de veganos terminen viviendo a unas cuadras de un matadero (con un cuartito con ventana con vista al mismo), sino que al final del viaje pasamos en la casa de un chico que nos hospedo muy amablemente, y cuya mascota era Jorgi, un cerdo divino, que le gustaba comer y que le rasquen la panza.

Por otro lado, volviendo al pueblo, ahí encontré un grafiti que me pareció una intervención brillante, hecha en una ladera de una colina en donde el sonido de los animales asesinados llegaba fuerte y claro. Era enorme que decía “I am the pig” (yo soy el cerdo).

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Buena Noe , me gustó mucho, además me hace cuestionar mi actitud cuando voy a una reunión y como soy pescovegetariana ... si hay sandwichito y no contemplaron la opción mía, igual pasa.
Pero mis hijos me insisten e insisten y , en realidad tienen razón : atrás de ese rico jamón que los médicos recetan cuando estas mal de la panza o tenés que empezar a "alimentar sanito" a tu bebé, están los gritos y agonías de animales más inteligentes que tu mascota canina...
De a poco , se va cambiando.

Anónimo dijo...

Hola. Me gusta mucho cocinar por eso me gusta su blog. Les dejo una receta que siempre hago y me queda muy bien:

Saludos.

Ariana dijo...

Querida Noeliska. Tu tan sincero artículo me ha hecho llorar. Me identifico con tantas observaciones, sencillas y brillantes, que haces en él. Muchas gracias por tu testimonio, iré difundiendo fragmentos de tu texto a través de mi twitter. Reflexionar es una cosa buena. Y si se hace desde la humildad, mejor que mejor. Sigo llorando mientras escribo estas líneas. Hacerme vegana considero la mejor decisión de mi vida. Y aunque, como escribes, es mirar al montruo a los ojos y eso aterra, creo plenamente en que no porque no lo pueda hacer todo, no voy a hacer nada. Lloro mientras escribo este comentario, porque esos gritos de los que hablas están sonando constantemente, en todo el planeta. Y los ríos de sangre corren sin cesar. Cuando abres los ojos, hay que cargar con esto, o morir con todas esas personas inocentes. Aunque no viva en frente de un matadero (el más próximo está a 8 km y tiene una capacidad de matar a 1000 cerdos por hora), sí vivo en una región de España, famosa por su industria cárnica, por sus embutidos. Mi alrededor está plagado de granjas de todos los tamaños. Son como unos pequeños Auschwitzs, sus formas y distibución son tan parecidas. Y, por descontado, su actividad. Los camiones circulan con frecuencia, vacíos o llenos de cerdos. Sobre todo los domingos (¿?). A menudo oigo golpear sus pies contra las rampas metálicas, cuando les obligan a subir a esos camiones. Me produce terror, infinita tristeza, amor por esas vidas a punto de acabarse. Es un delirio, es vertiginoso. Y me reafirmo en mi decisión, para llevar mejor las críticas, burlas y los ataques.
Gracias de nuevo, bonita, por tus palabras y por tu espíritu. Un gran abrazo.
Ariana

Ariana dijo...

Estoy leyendo este artículo: http://lluvia-con-truenos.blogspot.com.es/2016/04/indiferencia-y-conformidad-la-violencia.html#more y me encuentro con reflexiones parecidas a las tuyas, aunque esté hablando de otro problema social, la violencia de género. Muy buen texto con constantes analogías con la situación de los animales y el veganismo.
Saludos!
A.

Kc dijo...

Excelente planteamiento.

Unknown dijo...

Pero como las plantas no gritan ni sangran entonces no importa no?

Anónimo dijo...

Pero como las plantas no gritan ni sangran entonces no importa no?

Anónimo dijo...

Directa o indirectamente vamos a alimentarnos de plantas de todos modos...

Me dijo...

Esa comparación no viene al caso, ya que el veganismo se define como la condición ética de evitar la violencia que rechaza la explotación de los animales no humanos, que aboga por la liberación animal y por la abolición de dicha explotación.

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